El verano ya está aquí. Y por supuesto, lo ha hecho de manera flamante, pues especialmente en nuestra tierra, donde se sabe amo y señor de los horizontes achicharrados, arroja llamas que nos envuelven y abrasan. No menos rutilantes son los primeros pasos de esta Tribuna Andaluza, que refrescará a base de ideas plurales y libres las dilatadas tardes de la canícula.
Cuando pienso en esta época del año, me vienen siempre a la mente imágenes de niños corriendo atropelladamente a la salida del colegio el último día del curso. No miran atrás, apenas se despiden de sus esforzados maestros, sólo aciertan a aturdirse intentando abarcaR el océano de tiempo que se les viene encima, esos dos meses largos de chapuzones, bicicletas y rutinas desarboladas. Levantarse tarde, maravillarse por acostarse más allá de la medianoche… Y hacerlo rendido y feliz, pues las normas se derriten como el helado y septiembre parece un mes inalcanzable.
Como el niño que aún me siento y como el profesor que soy, esta clase de asociaciones entre las vacaciones y el estío eran inevitables. Cómo cuesta poner sobre el tapete recuerdos que siquiera igualen la plenitud de aquellos que se grabaron a fuego durante la infancia.
Verano tras verano, yo pasaba los meses de verano en familia en la casa de mi abuela, en Valdepeñas de Jaén, un pueblo encaramado en la Sierra Sur jiennense. Allí aprendí que a las tres de la tarde, cuando el asfalto de la calle amagaba con proponer espejismos y la coronilla ardía, el zaguán de aquella vieja casa de gruesos muros encalados era el paraíso y la salvación. Durante aquellas felices semanas, los pedales de la bicicleta te permitían doblar las esquinas como una centella, repasar los contornos de cada plazoleta, saludar a tus padres triunfalmente con la mano que no sujetaba el manillar… Y todo ello sin necesidad de que los pies tocasen el suelo, despreocupados de entrar en contacto con la realidad.
Por desgracia, es preciso acercarse al presente de Andalucía y de sus niños y niñas aun a riesgo de acabar quemándonos. Este artículo sería de una paupérrima utilidad social si me limitara a encerrarme a cal y canto en estas ensoñaciones del pasado más dulce.
En Andalucía, como en tantas otras partes, existe la lacra imperdonable de la pobreza infantil. La ONG Save the children, preocupada por los asuntos que conciernen a los más pequeños, estima que más de 740.000 niños se encuentran en riesgo de exclusión social en nuestra comunidad autónoma. Yo mismo me escandalizo de que este tipo de datos ni siquiera se hagan hueco en los noticiarios, abandonados a la política de los que nos embaucan y a la desinformación más abyecta.
Todas las referencias que he podido recabar sobre el Plan Integral de Atención a la Infancia en Andalucía están plasmadas en futuro. Ojalá la conjugación cambie pronto a la del ahora, pues la infancia, como la que yo disfruté sin trabas, pasa rápido, muy rápido. Y como sociedad, no deberíamos permitir que ningún adulto quede privado de esos cimientos sentimentales que sustentan el alma. Hagamos algo ya, porque como diría el colosal Agustín González en aquella película basada en la obra homónima de Fernando Fernán Gómez: «Sabe Dios cuándo habrá otro verano».
Cuando
pienso en esta época del año, me vienen siempre a la mente imágenes de
niños corriendo atropelladamente a la salida del colegio el último día
del curso. No miran atrás, apenas se despiden de sus esforzados
maestros, sólo aciertan a aturdirse intentando abarcar el océano de
tiempo que se les viene encima, esos dos meses largos de chapuzones,
bicicletas y rutinas desarboladas. Levantarse tarde, maravillarse por
acostarse más allá de la medianoche… Y hacerlo rendido y feliz, pues las
normas se derriten como el helado y septiembre parece un mes
inalcanzable.
Como el niño que aún me siento y como el profesor que soy, esta clase de asociaciones entre las vacaciones y el estío eran inevitables. Cómo cuesta poner sobre el tapete recuerdos que siquiera igualen la plenitud de aquellos que se grabaron a fuego durante la infancia.
Como el niño que aún me siento y como el profesor que soy, esta clase de asociaciones entre las vacaciones y el estío eran inevitables. Cómo cuesta poner sobre el tapete recuerdos que siquiera igualen la plenitud de aquellos que se grabaron a fuego durante la infancia.
Verano tras verano,
yo pasaba los meses de verano en familia en la casa de mi abuela, en
Valdepeñas de Jaén, un pueblo encaramado en la Sierra Sur jiennense.
Allí aprendí que a las tres de la tarde, cuando el asfalto de la calle
amagaba con proponer espejismos y la coronilla ardía, el zaguán de
aquella vieja casa de gruesos muros encalados era el paraíso y la
salvación. Durante aquellas felices semanas, los pedales de la
bicicleta te permitían doblar las esquinas como una centella, repasar
los contornos de cada plazoleta, saludar a tus padres triunfalmente con
la mano que no sujetaba el manillar… Y todo ello sin necesidad de que
los pies tocasen el suelo, despreocupados de entrar en contacto con la
realidad.
Por desgracia, es preciso acercarse al presente de Andalucía y de sus niños y niñas aun a riesgo de acabar quemándonos. Este artículo sería de una paupérrima utilidad social si me limitara a encerrarme a cal y canto en estas ensoñaciones del pasado más dulce. |
En Andalucía, como en
tantas otras partes, existe la lacra imperdonable de la pobreza
infantil. La ONG Save the children, preocupada por los asuntos que
conciernen a los más pequeños, estima que más de 740.000 niños se
encuentran en riesgo de exclusión social en nuestra comunidad
autónoma. Yo mismo me escandalizo de que este tipo de datos ni siquiera
se hagan hueco en los noticiarios, abandonados a la política de los
que nos embaucan y a la desinformación más abyecta.
Todas las referencias que he podido recabar sobre el Plan Integral de Atención a la Infancia en Andalucía están plasmadas en futuro. Ojalá la conjugación cambie pronto a la del ahora, pues la infancia, como la que yo disfruté sin trabas, pasa rápido, muy rápido. Y como sociedad, no deberíamos permitir que ningún adulto quede privado de esos cimientos sentimentales que sustentan el alma. Hagamos algo ya, porque como diría el colosal Agustín González en aquella película basada en la obra homónima de Fernando Fernán Gómez: «Sabe Dios cuándo habrá otro verano». |
El
verano ya está aquí. Y por supuesto, lo ha hecho de manera flamante,
pues especialmente en nuestra tierra, donde se sabe amo y señor de los
horizontes achicharrados, arroja llamas que nos envuelven y abrasan. No
menos rutilantes son los primeros pasos de esta Tribuna Andaluza, que
refrescará a base de ideas plurales y libres las dilatadas tardes de la
canícula. - See more at:
http://www.opinion.tribunandaluza.es/juan-antonio-galaacuten.html#sthash.ygc4n9IC.dpuf