lunes, 11 de septiembre de 2017

No me dejan olvidarte

Pasado el tiempo, uno se plantea qué nuevos contenidos puede suscitar El tránsito después de más de dos años de aventura. Quizás va siendo hora de cerrar este episodio y embarcarse definitivamente en un proyecto nuevo.
Pero entonces, en cuestión de pocos días, llegan en avalancha esas pequeñas sorpresas en forma de encuentros con nuevos lectores que te mantienen tan apegado emocionalmente a tu novela como el primer día: 
1) Una amiga regala El tránsito a una persona con la que acabas hablando apasionadamente sobre tu novela y sobre literatura en la barra libre de una boda.
2) Comienza el nuevo curso escolar y descubres en el desayuno de bienvenida cómo un puñado de compañeros se ha comprado y leído tu novela este verano. Suceden cosas tan poéticas y emocionantes como despedirse de un compañero que se marcha a otro centro con la dedicatoria que dejas en su ejemplar.
3) Los amigos de "El tránsito", como el gran Paco, siguen con ganas de compartir con los demás la experiencia de su lectura. Me acuerdo de hasta la dedicatoria que le firmé allá por el mes de abril. Sin duda unas de mis favoritas.
Por todos estos momentos que me ponen un nudo en la garganta, MIL GRACIAS una vez más.
Foto de Francisco Díaz.

jueves, 3 de agosto de 2017

De aquí a firmar libros en FNAC

Se trata de un momento con el que había soñado desde que se publicó la novela y que había detallado en alguna conversación con amigos. Como bien os podéis imaginar, un autor novel y desconocido como yo necesita el apoyo del núcleo duro —la familia, los amigos, los compañeros de trabajo— para lanzar su primera novela al mundo y de paso justificar la inversión del editor que se arriesga por sacar tu manuscrito del cajón.
Y todos os fajasteis por mí. Mis padres al frente, todos los demás, incansables, tras ellos. Llenasteis el Salón Mudéjar de Jaén y la Casa del Libro de Málaga, os comprasteis El tránsito con toda vuestra ilusión y pusisteis a mi servicio vuestras redes sociales para dar difusión a su salida a la arena del mercado editorial.
Apuntalasteis el ego siempre frágil del creador; me regalasteis el éxito total. Yo no pedía más. De hecho no os pedí nada; lo hicisteis de corazón. Yo ya me conformaba con haber dejado a Germán corriendo al borde del acantilado del «último mar». Pero claro, un par de pequeños medios te entrevistan o hacen una reseña de tu libro, el distribuidor coloca tu novela en algunas librerías al otro lado de tu zona de influencia y empiezas a fantasear con la madre de todas las presas: ese lector anónimo del que nada sabes y al que nadie ha podido avalar para que confíe en ti.
Supongo que era de esperar que la publicación de la versión digital de El tránsito fuese la compuerta que me abriese definitivamente un mundo de lectores sin fronteras. Y así fue como conocí a Vicente, un tipo de Valencia que dio conmigo por Twitter para comentarme que había empezado a leer la novela y que le estaba encantando.

A los Vicentes del mundo solo puedo deciros… ¡Aquí estoy! «Buscadme» para echar un rato de tertulia literaria. Tengo un par de preguntas y mucho agradecimiento para vosotros.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

El día que escribí como Vasili Grossman

La rutina se repite casi todos los días de clase. Salgo del instituto y vuelvo a casa. Este curso mi garganta suele picar más que otros años. Los chavales te las hacen pasar canutas a veces. Me gusta pensar que es parte de su obligación de adolescentes: rebelarse y desafiar cualquier tipo de autoridad, si bien ese no es para nada mi perfil como docente. Lástima que en esa rebelión haya tan poco de ideológico y tanto de una simple falta de modales.
Apenas tardo en olvidar todo lo que ha pasado en el aula, lo bueno y lo malo se diluyen por igual y de manera veloz, desaparecen en lo que tarda la música en viajar desde mi mp3 hasta mis orejas a través de unos cables demasiado enredados.
Normalmente como solo. Suelo narrar mentalmente las pequeñas ceremonias culinarias intentando que suenen exóticas, casi cautivadoras, como si el propio Murakami estuviese firmando el párrafo.
Hoy, sin embargo, he comido acompañado, sin duda un augurio prometedor de lo que ocurriría a continuación. Uno de los momentos que más saboreo en todas esas jornadas que nada memorable presagian y que en realidad suelen ser mis favoritas, es el ratito de lectura nada más levantarme de la mesa. Me tumbo en la cama –solo sé leer en posición horizontal– y me sumerjo en el libro de turno hasta que el escozor de la garganta y el de los ojos se encuentran. Al cabo de unos segundos ya estoy dormido.
Unas pocas páginas antes de ese catártico instante, tan pleno que a veces me sorprendo casi desbordado por esa felicidad tan barata y tan pura, un poco burguesa y orgullosa también, sucedió algo increíble. Nunca olvidaré la página 516 de Vida y destino, de Vasili Grossman. Cuando un ruso como Stalin manda se sube a los lomos del realismo socialista con un novelón de esta categoría, casi me hace dudar de que nadie escribe como los autores sudamericanos.
Y de repente, cuando casi podía oler las cenizas de una Stalingrado bajo asedio nazi, llegó la coincidencia que me unirá sentimentalmente a Grossman durante el resto de mi vida literaria. Y es que en plena disertación filosófica sobre el bien y el mal, aderezada en mi subconsciente con secuencias de Terrence Malick, Grossman ilustra sus argumentos con una cita bíblica: Jeremías 31, 15.
«Se oye un grito en Ramá, lamentos y un amargo llanto. Es Raquel que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!»
¡El mismo pasaje de las sagradas escrituras que utilicé para El tránsito! Germán se encuentra acorralado por infectados en la azotea de un edificio y ve cómo el futuro de su familia y el suyo se separan sin remedio porque él anda auxiliando a un tipo loco que repite sin parar las palabras del profeta Jeremías. ¿Qué probabilidad había de que Grossman y yo, en un vastísimo páramos de capítulos y versículos, coincidiésemos seleccionando un mismo extracto de la Biblia para nuestras respectivas novelas?
Arriba, "Vida y destino". Abajo, "El tránsito".
Grossman escribe justo antes «cada vez que asistimos a ese amanecer mueren niños y ancianos, corre la sangre. No sólo los hombres, también Dios es impotente para reducir el mal sobre la Tierra.» En el caso de El tránsito, justo después del versículo de Jeremías, la terraza del edificio seguro queda inundada de lluvia y horror cuando los infectados derriban la puerta. También allí corre la sangre de ancianos y niños. Los gritos en Ramá llegaron a la Rusia invadida de Grossman y a mi distopía Z. Deliciosas casualidades que hacen que uno quiera ser escritor.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Royalties con corazón

Esta semana he recibido una primera liquidación de los derechos de autor de El tránsito. Evidentemente, son unos ingresos muy modestos. Ni que yo escribiera para ganar dinero; eso sería una bobada... Recuerdo que, por encima incluso del día en que firmé un contrato editorial o de las dos oportunidades de debatir mi novela delante del público, la emoción más intensa me invadió el día del punto y final de esta historia al borde de un acantilado.
Tenía muy claro que no quería gastarme esos eurillos en una banalidad, así que esta misma tarde he contribuido con dos causas. En primer lugar, con Médicos sin Fronteras, organizaciones así merecen todo nuestro apoyo. También he puesto mi granito de arena convirtiéndome en productor del proyecto de radio independiente de Carne Cruda, al que sigo desde hace mucho con devoción.
Gracias a mis lectores, su dinero va a ayudar a mucha gente necesitada y a la libertad de expresión en este país.
Os debo una.


martes, 8 de marzo de 2016

La mujer, la literatura y la vida

No voy a perder el tiempo justificando por qué es necesario dedicar un día a la mujer. Partamos de ahí, de que es una cuestión que por desgracia queda lejos de estar resuelta y reflexionar sobre ello jamás puede resultar ofensivo. Los que se revuelven enrabietados a causa de esta jornada merecen mi desprecio.
Me limitaré a autoevaluarme, a recapacitar sobre qué hago en lo personal por promover una relación de igualdad con las mujeres o si por el contrario contribuyo, aunque sea de forma pasiva, a perpetuar pautas y comportamientos machistas o sexistas –sobre la terminología también dudo–.
¿Es machismo mirarle el culo a una mujer? ¿Es machismo dejar que tu madre te haga la comida con frecuencia aun habiéndote emancipado? ¿Es machismo no censurar un comentario en el que algún amigo se ha puesto más orangután de la cuenta? ¿Son las mujeres «mandonas» porque en tu grupo de amigos la persona que acaba tomando decisiones que afectan a la mayoría sea a menudo una mujer? ¿Es machismo que tu novia ponga la lavadora bastante más que tú? Aunque ponga encima de la mesa una muestra ridícula, seguramente surjan algunos síes para estas preguntas. Por lo tanto, yo también soy machista, «micromachista» me gustaría pensar. Y si yo, que me considero un tipo con un pensamiento medianamente avanzado, incurro en estos desatinos, es fácil deducir que hay hombres –y mujeres– que permiten o incluso fomentan la discriminación de más de la mitad de la población.
También quiero resaltar el lado bueno, los avances de la mujer, que va ganando la cuota de poder y responsabilidad que le corresponde por derecho. En mis últimos tres trabajos he tenido jefas y en los dos colegios en los que he trabajado, tanto las directoras como las jefas de estudios han sido mujeres. No me preguntéis por qué en la educación esta normalización de la igualdad ni se discute pero es una quimera todavía en las grandes empresas. Supongo que se debe a que en cuanto el dinero se entromete, el sistema patriarcal invierte mayores esfuerzos en mantener la sartén por el mango –nota: a) tradicionalmente, la mujer ha cogido muchas más sartenes que el hombre, b) a la mujer se le ha atribuido el rasgo de ser mandona dio han sido mujeresdo el rasgo de la la sartsijado, tanto las directoras como las jefas de estudio han sido mujeres«ser mandona», c) ¿estamos ante una expresión machista?– En cualquier caso, me gusta pertenecer a un gremio presumiblemente más igualitario que otros.
Por último, me apetece hablar de arte, y como este texto sigue siendo un ejercicio puramente introspectivo, hablaré de literatura, más concretamente de la que yo he producido. Una de las críticas sobre mi novela que más me gustó vino de una mujer. Tania me señaló que las mujeres de El tránsito «son iguales [a los hombres] y no tienen que ser salvadas». Me consta que Tania no es una lectora cualquiera, pues es una gran activista en favor de los derechos de la mujer y su análisis de los personajes se guiaba fuertemente por cuestiones de género. A propósito de sus comentarios, me fijé un poco más en Cecilia, la teniente Navarro, Sara Altamira o Sofía, los principales personajes femeninos. Siguiendo ese orden, observamos a una mujer a la espera de que regrese su marido –quizás el más cuestionable de los perfiles–, una soldado valiente y honesta en un mundo brutalizado, una enferma que busca su camino y una chica nihilista extremadamente independiente. Hay por supuesto muchos hombres en la historia, pero quizás mi novela aprobase el test de Bechdel. Eso me llenaría de orgullo, sobre todo porque dichos personajes salieron de manera espontánea de mi cabeza, sin buscar una paridad impostada. Espero que este hipotético «logro» compense en parte lo que aún me queda por mejorar a la vista de las preguntas planteadas en el segundo párrafo.
Concluyo intentando desmontar a los que critican que se le busquen las vueltas al programa de Bertín Osborne, los que tildan de tiquismiquis el hecho de analizar los personajes de una película o un libro en clave de género o los que se rasgan las vestiduras porque una mujer exija derechos que aún no recibe por completo. Reconozco que la línea sobre lo que puede ser machista y lo que no es delgada y móvil y confusa en ocasiones. Sin duda hay motivo para cuestionarse todo esto, así que más vale entrar a saco con la lupa y que te acusen de tener la piel muy fina que callarse y dejar que las cosas sigan con su avance parsimonioso. Porque nos falta mucho por hacer si queremos ser todos iguales.
Un abrazo enorme a todas las mujeres del mundo.

martes, 13 de octubre de 2015

¡"El tránsito" en México lindo!

El tránsito se fue a la Feria del Libro de Madrid y no tuve tiempo de alcanzarlo. Durante las presentaciones de Jaén y Málaga, diserté largamente sobre él, queriendo acercarlo más a mí. Sin embargo, sigo pensando que no hemos llegado al fondo de la cuestión, que aún no nos conocemos del todo. Con muchísimo orgullo he firmado decenas de dedicatorias en su primera página como si con ellas intentara desesperadamente irme con él allá donde sus lectores desearan llevarlo. Me pregunto ahora si El tránsito se acordará de su autor, desvelado siempre por su futuro.
El tránsito en la Feria Internacional del Libro de Monterrey.
Una novela teje sus propias relaciones ajena a la voluntad del escritor. En este caso, intimó con su ilustradora, la que le brindó su rostro, medió entre el editor y la artista y se dejó llevar por ellos para emprender esta nueva aventura. El resultado es que El tránsito estará hasta el próximo día 18 de octubre en la XXV Feria Internacional de Libro de Monterrey, México. José Antonio Quesada, editor de Ediciones Rubeo, y Angélica McHarrell, ilustradora de la portada, velan por él en mi nombre.
José Antonio Quesada, editor de Ediciones Rubeo.
Una vez más, aprovechando las ventajas de poder colarse fácilmente en una maleta, El tránsito se siente lo bastante osado como para dar una vuelta al mundo sin que su autor pueda hacer los honores y explicar por qué la historia que encierra merece ser leída. En total, en la FIL de Monterrey se celebrarán más de 500 eventos, 650 editoriales estarán representadas en la feria, no sé cuántos miles de títulos. Y allí está nuestro amigo, sin complejos, esperando ser descubierto. Ojalá le den la oportunidad de seguir ampliando sus horizontes, de seguir creciendo. Como autor, nada me haría más feliz.

lunes, 21 de septiembre de 2015

La otra memoria histórica (Tribuna Andaluza)

Por más que me parezca un asuntos insoslayable que en este país no se ha abordado con valentía, hoy no osaré perorar sobre guerras pasadas, bandos, represaliados ni cunetas. Yo quiero disertar sobre una memoria histórica distinta, una que vertebra a todos los españoles —al menos a los que deseen ser así llamados— y jamás los divide. Como suele ser la propia idiosincrasia de la memoria, esta memoria es caprichosa, huidiza, tan pronto abruma con detalles que creímos olvidados como se acuartela en los recovecos del cerebro vetándonos el acceso a su precioso contenido.

Sin embargo, la otra memoria histórica es ante todo estacional. Pena aletargada durante todo el año esperando su ocasión de significarse. Y lo hace con todo su esplendor añejo de verano en verano. Por desgracia, no puede disfrutarla todo el mundo, solo aquellos que disponen de un pueblo donde recobrar el pulso de las raíces familiares y de un costumbrismo abocado a la extinción. Recurrimos a la memoria histórica del pueblo de la forma más ventajista posible. Nos manchamos los codos con sus recuerdos encalados cuando el calor abrasa la ciudad, cuando la verbena local nos proporciona desinhibición a un precio más bajo o cuando realizamos una visita diplomática que encaramos con pereza pero que nos devuelve más humanizados a la urbe. En el momento en que sus calles —donde se anda con Dios— se engalanan de soledad cuando desembarca septiembre o cuando el invierno se adosa a los muros gruesos de una casa vieja, la mayoría ya está muy lejos de allí. El pueblo calla y guarda su memoria menguante dentro de un baúl hasta el próximo estío. 

Para entonces ya habrán desaparecido algunos de sus habitantes y con ellos, mil anécdotas de un mundo distinto, un buen puñado de palabras y latiguillos —patrimonio casi exclusivo del que con cariño las pronunció— y algunos pares de manos con dedos cuarteados y tallados por el trabajo. En casi todos estos pueblos sucede lo mismo: su tamaño se multiplicó pero su población se diezma sin parar. Con cada casa vacía asfixiada por la naftalina se corta un hilo de esa red invisible que une al pueblo, ese denso entramado abonado para la solidaridad comunal, aunque también para la rumorología maledicente. 

De las múltiples bondades de la memoria histórica rural, mi favorita es su riqueza lingüística. Los mismos motes, patronímicos heredados por hijos y nietos quieran estos o no, son de tal precisión que sirven para calificar a «forasteros» que pasan por el pueblo. «Mi yerno es como el ruso, una mole». Y sin necesidad de mayores explicaciones, la imaginación traza un retrato perfecto del muchacho mucho antes de tenerlo delante. Tras unos pocos días te ves familiarizado palabras como alacena, chinero, cámaras… En casa de mi abuela recibimos a las visitas y «echamos un parrafillo» con ellas. Lejos de sonar  anticuado, esos giros del lenguaje devuelven una melodía fresca y nueva. 

Si bien los encantos del pueblo son evidentes e irrebatibles, los personajes de mi calaña no aguantamos la vida en él más allá de unos pocos días… Como resultado de ello, la memoria histórica se resiente. Entre el patio de mi abuela, su parra silvestre, sus moscas y sus sillas de enea, un rincón imperturbable desde hace casi tres décadas, y la vida que se empeña en dirigirme por otros derroteros, se abren las fallas del desarraigo… Ahí está, el típico regusto agridulce alojado en el paladar de los que tenemos un pueblo al que regresar: ni contigo ni sin ti, reniego cuando voy, sonrío melancólico al marcharme.